La tendencia de «correr lento para correr rápido» ha generado un debate interesante en el mundo del running. Esta estrategia se basa en la idea de que al incorporar entrenamientos a baja intensidad, los corredores pueden mejorar su rendimiento en carreras de alta intensidad. ¿Es esto un mito o una realidad?

La ciencia del deporte apoya esta teoría. Numerosos estudios han demostrado que los entrenamientos en zona de baja intensidad (aproximadamente el 60-70% de la frecuencia cardíaca máxima) ayudan a desarrollar la resistencia aeróbica, mejorar la eficiencia cardiovascular y aumentar la capacidad del cuerpo para metabolizar la grasa como fuente de energía. Este enfoque permite que el cuerpo se adapte gradualmente al esfuerzo físico, reduciendo el riesgo de lesiones y mejorando la recuperación.

Además, correr a un ritmo lento permite a los corredores mantener una alta calidad en sus entrenamientos más intensos. Al no agotarse durante todas las sesiones, es posible realizar intervalos de alta intensidad con mayor efectividad, lo cual es crucial para mejorar la velocidad y la potencia.

Por otro lado, algunos argumentan que entrenar siempre a un ritmo lento puede llevar a la complacencia y a la falta de progreso en la velocidad. Sin embargo, la clave está en encontrar un equilibrio adecuado. Los mejores programas de entrenamiento combinan sesiones de baja, media y alta intensidad, adaptándose a las necesidades específicas del corredor y sus objetivos.

En conclusión, «correr lento para correr rápido» no es un mito. Es una estrategia respaldada por la ciencia y la experiencia de muchos corredores de élite. Integrar entrenamientos a baja intensidad de manera inteligente puede llevar a mejoras significativas en el rendimiento general, siempre y cuando se complementen con sesiones de alta intensidad y un plan de entrenamiento bien estructurado.